Ya sabemos d≤nde luchaban Pablo y Chisc≤n: que Θste era grande y forzudo, y c≤mo recibi≤ su primera embestida el valeroso mozo de Cumbrales, que si no era tan fuerte como su enemigo, tenφa, en cambio, la agilidad de la corza y el temple del acero. Asφ, saltaba, herφa y se cimbreaba. Eran los dos luchadores el ariete poderoso y la espada toledana. Huir de los brazos poderosos de Chisc≤n era todo el cuidado de Pablo; y, entre tanto, golpe y mßs golpe sobre el gigante. Reponφase Θste apenas del aturdimiento que le causaba un pu±etazo en la boca, y ya tenφa otro mßs recio en las narices; con lo que el salvaje, poco acostumbrado a aquel gΘnero de lucha, bramaba de ira; y, bramando, esgrimφa las aspas de su cuerpo, y, cuanto mßs las agitaba, mßs se perdφan sus derrotes en el espacio, mßs se quebrantaban sus brφos y mßs espesos caφan sobre su cara, llena ya de flemones, ensangrentada y biliosa, los golpes de su ßgil adversario. Pero necesitaba Θste terminar de alg·n modo aquella lucha desigual y expuesta, y tras ese fin andaba rato hacφa. No bastaba aturdir al atleta; era preciso derribarle, vencerle. Al cabo, logr≤ plantarle un par de pu±etazos entre mejilla y ceja; y con Θste y otro puntapiΘ hacφa el est≤mago al humillar el bruto la cerviz, qued≤se Θste como Polifemo cuando Ulises le meti≤ por el ojo el estac≤n ardiendo. Entonces se abalanz≤ Pablo a su cuello de toro; hizo allφ presa con las manos, que tenazas parecφan; sacudi≤le dos veces, y, a la tercera, combinada con un hßbil empuje de rodillas, acald≤ en el suelo al valent≤n de Rinconeda. Fragor produjo esta caφda, pero no por el choque de las armas, como cuando caφan los hΘroes de la Ilφada, sino por el peso de la mole y el crujir de los pulmones y costillas. Cay≤ el gigante con el rostro amoratado y medio palmo de lengua fuera de la boca, porque Pablo, sin aflojar la tenaza de sus dedos, se encaram≤ a su gusto sobre el derribado coloso.
